Mucho se ha hablado de los cultivos orgánicos y cómo éstos representan beneficios significativos tanto a la ecología como a la salud. Actualmente, existe una demanda creciente por productos que cuenten con la certificación de orgánico, otorgada por alguna dependencia gubernamental o por organismos avaladores privados. La incidencia de los productos orgánicos en la población joven es más prominente que entre generaciones adultas, sobre todo por cuestiones ideológicas, de estilo de vida o, incluso, por mera tendencia en los hábitos de consumo. Esto nos lleva a preguntarnos qué implica realmente que un producto del campo se identifique como orgánico; cuáles son sus alcances y limitaciones y, sobre todo, para los productores que son quienes tienen que pagar el precio más alto, si realmente vale la pena el esfuerzo a medir por el impacto obtenido, tanto en beneficios por un tema de externalidades como en lo económico. Primero, hay que avocarnos a la definición y acotación de lo que representa el sello orgánico. Debido a que no hay un único órgano regulador o certificador, existe una multiplicidad de definiciones sobre lo que es orgánico. La mayoría se tocan en puntos similares que podemos abstraer y que la definición de la FAO recoge. En resumidas cuentas, se trata de un alimento producido con cuidado a los ecosistemas, con respeto a la biodiversidad, sin interferencia de químicos o agentes fabricados por el hombre, atendiendo la rotación de cultivos y preservación del suelo y sus nutrientes, ajenos a pesticidas y plaguicidas sintéticos (léase no aprobados por los organismos reguladores) y cuya producción tenga el menor impacto ambiental posible. Lo que se nota de inmediato es una tendencia hacia la ecología y la preservación de lo que se considera natural. Existe un rechazo a los organismos modificados genéticamente así como a la presencia de herbicidas, plaguicidas y fertilizantes sintéticos y los tratamientos por radiación. Debido a esto, podría parecer evidente por qué se tiene una percepción generalizada de que un producto orgánico es “más saludable y menos impacto para el ambiente, pero esto no es necesariamente cierto a rajatabla. Lo cierto es que los organismos modificados genéticamente (OMG) han sido estigmatizados y, en la actualidad, existe un rechazo generalizado por grupos de interés y población que busca un estilo de vida sano. Sí, los OMG suelen ser financiados en su creación por multinacionales con intereses económicos, como Monsanto, y sí afectan al cultivo de especies endémicas, pero eso no es malo per se. De hecho, el desarrollo de estos cultivos transgénicos ayuda a la eliminación de rasgos no deseables de manera mucho más pronta y a la proliferación de rasgos deseables sin tener que recurrir a la posibilidad de que otras cualidades también se transfieran en un método de reproducción cruzada tradicional. Por otra parte, algunos transgénicos cuentan con propiedades genéticas que los hacen naturalmente repelentes a las plagas, lo que reduce el uso de plaguicidas, sintéticos o naturales. Por último, se tiene que tomar en consideración que muchos OMG tienden a ser mucho más eficientes, por lo que se requiere menos área de cultivo efectiva para su producción, lo que reduce el impacto ambiental.
También se hace mención constante a la cantidad mayor de nutrientes que los alimentos orgánicos poseen debido a la forma natural en que son cultivados o procesados. De nuevo, hay dos lados que aún no cuentan con conclusiones lo suficientemente consistentes como para aseverar de manera contundente una verdad. Por una parte, sí, hay numerosos estudios que demuestran una mayor cantidad de nutrientes en los alimentos orgánicos, pero, por otra parte, estas cantidades son marginales, no lo suficientemente grandes como para marcar diferencia estadística significativa y llegar a una conclusión basada en hechos. Algo similar sucede con la presencia de plaguicidas, herbicidas y pesticidas. Muchos defensores de la comida orgánica aseguran que no hay presencia de estos químicos en sus alimentos; sin embargo, esto no es del todo cierto. Como ya se mencionó, muchos alimentos orgánicos tienen permitido el uso de una cantidad determinada de productos químicos avalados por organismos como el USDA o la FAO; en caso de México, SAGARPA es quien autoriza y regula. En cuanto a los productos cultivados de manera “normal”, existen estudios toxicológicos que demuestra que, pese a que se encuentran concentraciones mínimas de químicos producto de plaguicidas en los alimentos, las cantidades no son lo suficientemente grandes como para representar un riesgo a la salud. Como suele decirse a menudo en toxicología, el veneno no lo hace el compuesto, sino la dosis. Incluso el agua puede llegar a ser letal si se ingiere en cantidades por encima de los límites soportables por un organismo; a esto se le conoce como hiperhidratación. En lo que se refiere a que sean menos dañinos para el entorno, depende a quién se le pregunte. La proliferación de cultivos para la producción orgánica, como la chía y el aceite de palma, han desplazado el cultivo de otros productos “normales” y esto genera un desbalance ecológico. Por otro lado, existe el aspecto social que rara vez se toma en cuenta. Muchos de los productos orgánicos tienen su origen en países del tercer mundo en el que la mano de obra no es bien pagada y, en muchos casos, es explotada con el fin de cubrir con la demanda creciente en países industrializados. ¿Entonces? ¿Es útil la certificación orgánica? Fuera de todos los puntos controversiales, la certificación orgánica garantiza, en muchos casos, que el producto cuenta con procesos sanitarios y fitosanitarios estrictos impuestos por un órgano regulador. Esto da certeza de que lo que se está consumiendo es un producto de la más alta calidad. Para muestra, podemos referirnos a los procesos que la USDA o SAGARPA tienen para que algo se considere como 100% orgánico. En primer lugar, se tiene que tener un tratamiento previo de la tierra tres años antes de poder usar el distintivo. Durante ese tiempo, se tienen que observar todos los requerimientos por parte de los órganos reguladores, incluso si aún no es válido utilizar el sello orgánico. Es decir, el productor debe invertir sin ver ganancia por al menos tres años. Sus costos se elevan, pero sus precios al consumidor no. Claro que todo ese trabajo reditúa cuando, al cumplir con los requisitos y portar el sello con orgullo, el productor puede vender de 5 a 10 veces por encima de precio normal de mercado, si es que en ese periodo el precio del mercado se lo permite. Y es que las tendencias mundiales de consumo dictan que los productos orgánicos llegaron para quedarse. Los precios no están todavía como para que el grueso de la población los pueda consumir, pero aquéllos que sí encuentran un valor agregado en esta certificación están dispuestos a pagar su alto costo y tienen el poder adquisitivo para hacerlo. No es coincidencia que, durante recientes ferias agrónomas en Europa, los principales productos comercializados por empresas mexicanas hayan sido orgánicos o que el café en Chiapas esté ganando terreno gracias a su certificación como un producto orgánico. Puede que el sector más crítico de la población encuentre el dilema orgánico como poco más que una estrategia de marketing demasiado elaborada, pero lo cierto es que, para bien y para mal, un producto orgánico tiene mucho peso y es una buena idea pensar en certificarse, ya por cuestiones ideológicas, ecológicas o monetarias. Como dicen por ahí, it’s in to be green. La otra cara de la moneda y el riesgo es, sin duda, que ésta fórmula no es del todo efectiva. Hasta el momento, parece que puede funcionar por el poco volumen de productores con este sello distintivo, pero ¿qué pasaría si la oferta se excede a esa demanda que está dispuesta a pagar las cantidades adicionales por el producto orgánico? De cierto modo, la agricultura por contrato parece ser una solución temporal, mas no definitiva; los precios del mercado siempre terminan dominando las siguientes negociaciones y los precios no terminan siendo una garantía. En este caso, nada nos garantiza el completo éxito constante. Por lo pronto, estar informado sobre las tendencias del mercado ayuda a tomar decisiones importantes que determinen nuestro futuro como productores. En Smattcom, entendemos el valor agregado de mostrar información de tendencias de precios de los productos, así como evidenciar lo que una certificación orgánica representa, por lo que nuestra plataforma permite que los usuarios puedan cargar y mostrar las certificaciones y distintivos con los que sus productos del campo cuentan. Esto no sólo da certeza y seguridad a los compradores, sino que es parte de mostrar información completa a todas las partes de una transacción dentro de la economía colaborativa. ¿Vendes o compras productos orgánicos? Únete a Smattcom, el comercio inteligente para el agro. www.smattcom.com/descarga
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