La nueva versión del acuerdo comercial de los países pertenecientes a América del Norte está trayendo consigo lo inevitable, una sacudida al sector agroindustrial, y es que las dos áreas en las que México y Estados Unidos, su principal socio comercial, son precisamente la agropecuaria y la automotriz. La primera es la que nos compete en esta ocasión.
Si bien es cierto que México tiene en Estados Unidos su principal exportador, también lo es que el tomate mexicano es uno de los productos más competitivos en el sector, al punto de que, en temporadas invernales, cuando los productores locales estadounidenses no pueden darse abasto debido a la baja en la producción y la demanda sin mengua, uno de cada dos tomates que se consume en la economía más grande del contienen proviene de agricultores mexicanos.
Históricamente, el jitomate ha sido uno de los productos que no sólo se dan en cantidades vastas en México, sino que nos definen como nación y forma parte de la canasta básica en ambos países. Esto es especialmente relevante, ya que no suele considerarse al momento de reflexionar sobre lo que el aumento de precios y una guerra comercial sobre el jitomate podrían representar. Como sabemos, uno de los elementos determinantes de la inflación es la canasta básica y cómo fluctúa el precio de sus componentes, por lo que el jitomate podría tener un peso de suma importancia en el futuro económico de los sectores agropecuarios de ambos países, así como del poder de adquisición de sus individuos.
La relevancia del jitomate ha sido clara desde el principio, tanto así que la pugna comercial entre México y Estados Unidos por la hortaliza se remonta a casi 100 años. Fue en 1937 cuando se estableció el Agricultural Marketing Agreement Act, el cual regulaba la importación de tomate fresco a EUA, un primer paso hacia imponer reglas que favorecieran a los productores locales. En Florida, uno de los estados más influyentes en temas de producción tomatera, se giró la Orden de Mercadeo de Tomate en 1956, como un nuevo esfuerzo por proteger a los productores y regular la entrada de productos provenientes del campo mexicano; a decir verdad, en años subsecuentes, Florida seguiría imponiendo normativas que desaceleraría la importación y buscaría elevar los costos de producción, como lo fueron las nuevas definiciones de estándares en tamaños y grados de maduración de finales de los 60 y el cambio en el requerimiento de empaques del 76. Esto, lejos de afectar a los productores mexicanos, terminó ayudando a la profesionalización y sofisticación de su industria y, debido a los bajos costos de producción, comparados con los de Estados Unidos, el que terminó pagando los altos costos fueron los consumidores americanos.
Ya hacia 1978, iniciaba la Guerra de Tomates, la cual culminó en 1985, año en el que México se declaraba claro ganador; por más que Washington, presionado por sus constituyentes quería frenar la marea roja, se veían ahogados por la demanda del mercado nacional. Pocos años más tarde, se firmaría y entraría el vigor el TLCAN, pero lo interesante es que el tema de los jitomates, aunque contenido como parte de los acuerdos, siempre se negoció y se trató aparte. Sobre todo, dos años después, en 1996, cuando los productores de jitomate, principalmente de Florida, solicitaron una investigación antidumping en contra de los tomateros mexicanos. De acuerdo con los agricultores americanos, los precios de los jitomates exportados por México estaban deliberadamente por debajo del precio del mercado con el fin de aplastar a la competencia y obligarlos a salir de los anaqueles. La investigación concluyó con un acuerdo entre ambas partes y se establecieron precios mínimos para que los mexicanos pudieran vender en Estados Unidos; de nuevo, a beneficio de los productores nacionales, quienes, sin importar lo que sucediera, iban a seguir vendiendo, sólo que ahora a mayor precio, con detrimento sólo del consumidor final.
Algo curioso es que la historia ha dejado ver que, cada que Estados Unidos pone en marcha una política con tintes proteccionistas que tiene como objetivo asistir a su producción local, los beneficiados mayores son siempre los agricultores mexicanos. Por ejemplo, cuando los costos de exportación a Estados Unidos se ha disparado, los tomateros en México prefieren mandar su producto a Canadá y, en Estados Unidos, terminan importando jitomates desde su vecino del norte. La disputa tomatera tiene poco que ver con el tomate y más que ver con la política.
Ahora, en 2018, el tema de los tomates vuelve a estar sobre la mesa. La última revisión del acuerdo del 96 se dio hace 5 años, cuando una nueva guerra comercial estaba por desatarse. El tema ha sido tan delicado este año que se ha postergado su negociación por más de seis meses. En teoría, el acuerdo debía estar listo para el segundo trimestre de 2018, pero se retrasó por el tema electoral y, con USMCA en discusión, se extendió la fecha hasta finales de noviembre.
Para poner las cosas en perspectiva, el valor de las salidas de jitomate y de tomates cherry hacia Canadá se eleva por encima de los 3 millones de dólares, mientras que a Estados Unidos se ubica en 1,321 millones de dólares. En supermercados de Estados Unidos, 80% de lo que llena los anaqueles de la sección de productos del campo fue cultivado en suelo mexicano. Por ejemplo, en el ciclo pasado, el periodo que abarcó diciembre-mayo, México exportó a Estados Unidos la cantidad de un millón 800 mil toneladas de jitomate, de las cuales 300 mil toneladas fueron aportadas por Sinaloa. Esto representó más de mil 600 millones de dólares de ingreso para el país; de 250 a 300 millones de dólares para la entidad federativa del noroeste. De hecho, Sinaloa está coronado como el estado con mayor producción tomatera del país, con 46% del total de todo el país, tan sólo en julio de este año.
Es indiscutible el poder y el alcance de esta hortaliza en la economía de las tres naciones firmantes. Lo que habrá que ver ahora es la manera en que las políticas comerciales agresivas de Estados Unidos repercutirán en un mercado que se las ha visto tan rojas como la piel de la hortaliza en debate. Algo hecho a la mexicana lleva tres colores indispensables: blanco por su cebolla, verde por su chile y rojo por su jitomate. Sólo quedará ver qué tanto dejarán que México participe en el carrito de compras del estadounidense promedio.
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