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Foto del escritorSergio Roldán

No cosechemos problemas sembrando vidas.




Sembrando Vida es el nombre del programa para el sur-sureste de México que el presidente Andrés Manuel López Obrador quiere implementar como parte de su estrategia de Rescate al Campo, con el fin de ayudar al desarrollo económico y social de una de las zonas más marginadas del país. Sembrando vida está dividido en dos acciones básicas: forestación con maderables y frutales, y forestación con frutales y maderables intercalados con milpa. En teoría, esto ayudaría a revertir la degradación de los suelos de la región e impulsaría la actividad económica de estados con alta población rural y elevados índices de pobreza, como ocurre en la mayoría de los estados del sur-sureste del país.


Pero, ¿qué tanto sabemos sobre Sembrando vida y el impacto real que podría tener tanto en los suelos como en la vida no sólo del sur-sureste, sino de todo el país? De entrada, entendemos que el presidente busca la reactivación de un millón de hectáreas (2.5 por productor), lo que generaría 400, 000 mil empleaos directos. Sabemos que se contará con un presupuesto de entre 12 mil millones y 15 mil millones de pesos, los cuales serán usados para pagar un jornal de 5, 000 pesos mensuales a los dueños de la tierra (4 mil en efectivo y mil en una caja de ahorro) y que las semillas e insumos serán provistos por el Estado. Sabemos que se consideran 20 estados y que se hará en dos etapas; la primera, enfocada en Chiapas, Campeche y Tabasco. Y sabemos que, de entre las especies contempladas para cultivarse están cacao, caoba, cedro, hule, canela, agave, pimienta, mango, guanábana, frijol y calabaza.



En papel, todo bien.


Lo que no sabemos es de qué manera se piensa realizar esta forestación y de qué forma va a afectar a la degradación del suelo de las regiones, para bien o para mal. La semana pasada, la FAO conmemoró el día mundial del Suelo y uno de los puntos más relevantes de la agenda fue la degradación que el suelo en América Latina está sufriendo; esta semana, se habló de cambio climático, también desde la ONU, y se volvió a mencionar la degradación del suelo en el subcontinente como una manera de ayudar a revertir los efectos nocivos del cambio climático, eso pena de tener suelos áridos en 12 años y una inviabilidad agrícola hacia el año 2100 (fecha que, pese a sonar futurista, está apenas a 82 años -una vida humana- de distancia).


Lo primero que tenemos que entender es que la actividad humana, desde la tala hasta la agricultura misma, han provocado degradación del suelo en México; segundo, que no ha sido el mismo daño en todo el país y, tercero, que hay distintos tipos de suelo y de climas en México. Entonces, una solución igual para todos los estados no parece ser ideal de entrada. Es cierto que, mientras que el norte y centro han crecido en materia agrícola con promedios cercanos al 4% anual, el sur-sureste lo ha hecho con tendencias a 0%. Por lo que no es mala idea reactivar el sector con un programa de producción. Aquí lo que valdría la pena cuestionarse es si este programa, al que se le están destinado una cantidad elevada de recursos, tendrá beneficios tangibles.


Como el programa mismo, empecemos por el sur-sureste. En este caso, contemplar árboles frutales, específicamente cítricos, como se ha mencionado de manera prominente, es una acción no sólo viable, sino benéfica. Los suelos tienen las condiciones de salinidad y acidez necesarios y el clima es propicio para la proliferación. Además de esto, son cultivos a corto y mediano plazo que podrían tener un impacto real sobre la economía de la gente. Lo que genera más duda es la idea de plantar árboles maderables, sobre todo de maderas preciosas. En concreto, pensemos en la caoba, la cual requiere, por lo menos, de 20 años para que sea maderable; además de esto, si cada productor va a tener 2.5 hectáreas, no será económicamente viable tener caobas, ya que éstas suelen necesitar suelos abundantes en materia orgánica para su sano crecimiento.


Lo interesante es que se habla de una revitalización de los suelos por medio de estos cultivos, pero lo que no se toma en cuenta es que la degradación del suelo puede darse si no se cuenta con técnicas adecuadas (Agricultura de conservación, labranza cero, incorporación de materia orgánica, rotación de cultivos etc.) Sin una técnica adecuada y sin los estudios propios del suelo, no se puede dar nada por decreto. El abuso por décadas en la deforestación, la poca planeación y destino de los residuos agrícolas e industriales, la escasa o nula planeación en la utilización del agua y la escasa planeación en la rotación de los cultivos, pueden provocar que los suelos se degraden incluso al punto de infertilidad. Sin los estudios de reactivación adecuados, plantar sobre suelos infértiles sería promover una buena iniciativa en una mala ejecución. El plan proyecta productos muy específicos y las comunidades basarán su economía alrededor de estos, digamos, 20 productos básicos. Pero si algo nos ha enseñado la agricultura es que abusar de un mismo cultivo sin la planeación adecuada, por más rentable que sea, va a degradar el suelo a la larga si no se realizan las técnicas adecuadas de conservación. Gracias a la actividad agrícola no controlada, a la no incorporación de residuos de cosecha y sin una adecuada rotación de cultivos, la materia orgánica presente en el suelo, así como los nutrientes presentes en él, se deslavan dejando una capa muy delgada de suelo cultivable, lo cual genera una absorción ineficiente de nutrientes, y ello provoca que más agua y fertilizante deberán ser utilizados y que lo que se produzca será más difícil cultivar, de menor calidad o hasta inviable.


Tanto en el discurso oficial como en los medios, no se ha mencionado una sola vez del concepto de rotación de cultivos ni sobre los estudios del suelo. Sólo se ha repetido incansablemente que se va a tratar de un programa agroforestal por un lado y de milpa combinada con productos agroforestales por el otro. Se habla mucho de la creación de un sentido de comunidad y de un apoyo económico para sacar de la marginación a la zona. Lo que sí podemos notar es que existen riesgos inherentes al intentar reactivar la productividad de una zona de manera tan agresiva sin antes estar seguros de la viabilidad hectárea por hectárea. Desconocemos si ya se hayan hecho los estudios pertinentes, necesarios y obligatorios para empezar un trabajo agroforestal de este impacto.


Recordemos que el actual gobierno aún debe estudios serios sobre proyectos de infraestructura de alta envergadura e impacto ambiental: el aeropuerto de Santa Lucía y el Tren Maya. Si están pendientes estos estudios, nada nos garantiza que se hayan hecho las diligencias adecuadas sobre degradación del suelo en el sur-sureste, mucho menos en el resto del país. Como el mismo presidente propone al pedir permiso a la Madre Tierra para la construcción del Tren Maya, la Tierra es sabia y, como tal, se le debe dar la seriedad que requiere. Si empezamos a plantar sin pensar en consecuencias, más que sembrar vida, estaremos sembrando problemas y les tocará a generaciones futuras cosechar esos frutos.


Algo que sí podemos celebrar de este modelo que propone el presidente es la creación de un modelo económico basado en la participación de la gente en la comunidad. Al solidificar esta estructura social y propiciar que la gente participe de la producción y la comercialización, se les están dando herramientas para aumentar sus ingresos de manera tangible y empezar una recuperación económica. Muchos son los cultivos que se pueden reactivar, la viabilidad desde el punto de vista suelo, pero más aún desde el punto de vista económico. De nada sirve intentar un nuevo cultivo si el agricultor no lo puede vender, o por lo menos no a precios justos. Tampoco podemos suponer que producir más es equivalente a tener más ganancias, si saturamos de oferta ciertos productos, los precios estarán tan bajos que lejos de ayudar a la economía, las personas trabajarán más para recibir menos. El modelo siempre tiene que considerar el tema comercial. A este modelo, propondría añadir el de la economía colaborativa de Smattcom. Ya que, si permitimos que los productores, comercializadores y compradores participen de manera conjunta en una red dinámica comercial, podrán tener un comercio más eficiente que maximice sus ganancias y más aún, poder observar los niveles de producción existentes que ayuden a decidir qué y cuánto producir. Este modelo de economía colaborativa es lo que Smattcom tiene para ofrecer a todos los que participen de la agricultura, la ganadería, la pesca y la transformación. Si ponemos a disposición de los productores, por más pequeños que sean, la capacidad de vender directamente sus productos a clientes de todos los tamaños, estaremos encaminándolos a ser parte de algo más grande y podríamos hablar de una verdadera reactivación y dignificación del campo. Smattcom, el comercio inteligente para el agro, es una aplicación gratuita y opera sin comisiones y sin intermediarios y, así como Sembrando Vida, parte del principio de comunidad para fortalecer y modernizar al campo en México y el mundo.

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